La ciudad de Nasran, con sus poco más de 100.000 habitantes, se vio sacudida en la mañana por el peor atentado con bomba de los últimos años en la zona.
El nuevo baño de sangre provocado hoy en la república rusa de Ingushetia eleva a una nueva cota la ola de violencia que atraviesa el Cáucaso ruso.
La ciudad de Nasran, con sus poco más de 100.000 habitantes, se vio sacudida en la mañana por el peor atentado con bomba de los últimos años en la zona.
Un suicida islamista detonó su vehículo cargado de 200 kilogramos de explosivos cuando los empleados del cuartel general de policía se congregaban en el patio central. El ataque dejó al menos 20 muertos, entre ellos varios niños. Pero también la pregunta de si Moscú está en condiciones de llevar la paz a esa región montañosa en la que conviven varias culturas.
La onda de expansión del ataque se sintió en un radio de 500 metros. Muchos civiles quedaron virtualmente destrozados por la violencia de la explosión, por lo que los equipos de rescate tardaron horas en determinar la cifra de víctimas.
La televisión estatal mostró casas en llamas, ventanas destrozadas y escombros de viviendas. Los más de 130 heridos colapsaron los hospitales, que se quedaron sin equipamiento suficiente.
"El atentado terrorista muestra una vez más la inhumanidad, el cinismo y la brutalidad de quienes hacen algo así", lamentó el jefe de gobierno de Ingushetia, Rashid Gaissanov. En sus ansias de poder, estos "criminales" no conocen "ningún límite".
Los fundamentalistas islamistas de Ingushetia y los vecinos Chechenia y Daguestán luchan desde hace tiempo por una independencia de Rusia. Las web extremista www.jamaatshariat.com promueve un Emirato caucásico independiente.
Con todo, desde la guerra de Chechenia estos grupos carecen de una fuerza organizada y actúan con atentados puntuales o secuestros. El caos que generan deja al Kremlin al borde de perder el control sobre la región en conflicto.
El presidente Dmitri Medvedev tuvo que admitir el viernes pasado durante una visita de la canciller alemana, Angela Merkel, que los terroristas cuentan con medios técnicos cada vez mejores.
El presidente de Ingushetia, Yunus Bek Yevkurov, que en junio sobrevivió a un atentado, denuncia sin embargo que detrás de los intentos de desestabilizar el Cáucaso ruso se encuentran fuerzas estadounidenses, británicas e israelíes.
"Estoy muy lejos de creer que detrás están sólo los árabes", advirtió. El objetivo de esta supuesta maniobra occidental, según la versión más difundida en Rusia, es evitar que Moscú vuelva a ser tan poderoso como en tiempos soviéticos.
Los expertos vinculan el aumento de la violencia independentista al reconocimiento ruso de las provincias secesionistas georgianas de Abjazia y Osetia del Sur tras la guerra en agosto de 2008. Los rebeldes islamistas quieren el mismo derecho que esas dos regiones, afirma esta hipótesis.
También la cúpula georgiana profetizó hace un año esta ola de violencia por los mismos motivos.
Sin embargo, Medvedev insistió durante el aniversario de la guerra con Georgia que Rusia reclama para sí el papel de liderazgo en el Cáucaso. Políticos del Kremlin reclaman para ello una "Doctrina del Cáucaso" para ayudar la empobrecida región, donde la tasa de desocupación supera el 50 por ciento.
El complejo tejido de islamistas rebeldes y bandas criminales en la zona sólo puede cortarse con un "programa de desarrollo económico", sostuvo el vicepresidente del Consejo de la Federación, Alexander Troshin.
La revista "The New Times", crítica con el Kremlin, se preguntó qué hace realmente Moscú para atajar la imparable ola de atentados y ataques en el Cáucaso norte. "¿Para qué ganan su dinero los directores del servicio secreto FSB y del Comité Antiterrorista?", cuestionó.
La postura habitual de Moscú, por el contrario, es responsabilizar a las autoridades locales de cualquier derramamiento de sangre en la región. Y así lo hizo hoy Medvedev, que tras el atentado destituyó al ministro del Interior ingushetio. Moscú, Rusia/DPA (Milenio)
La ciudad de Nasran, con sus poco más de 100.000 habitantes, se vio sacudida en la mañana por el peor atentado con bomba de los últimos años en la zona.
Un suicida islamista detonó su vehículo cargado de 200 kilogramos de explosivos cuando los empleados del cuartel general de policía se congregaban en el patio central. El ataque dejó al menos 20 muertos, entre ellos varios niños. Pero también la pregunta de si Moscú está en condiciones de llevar la paz a esa región montañosa en la que conviven varias culturas.
La onda de expansión del ataque se sintió en un radio de 500 metros. Muchos civiles quedaron virtualmente destrozados por la violencia de la explosión, por lo que los equipos de rescate tardaron horas en determinar la cifra de víctimas.
La televisión estatal mostró casas en llamas, ventanas destrozadas y escombros de viviendas. Los más de 130 heridos colapsaron los hospitales, que se quedaron sin equipamiento suficiente.
"El atentado terrorista muestra una vez más la inhumanidad, el cinismo y la brutalidad de quienes hacen algo así", lamentó el jefe de gobierno de Ingushetia, Rashid Gaissanov. En sus ansias de poder, estos "criminales" no conocen "ningún límite".
Los fundamentalistas islamistas de Ingushetia y los vecinos Chechenia y Daguestán luchan desde hace tiempo por una independencia de Rusia. Las web extremista www.jamaatshariat.com promueve un Emirato caucásico independiente.
Con todo, desde la guerra de Chechenia estos grupos carecen de una fuerza organizada y actúan con atentados puntuales o secuestros. El caos que generan deja al Kremlin al borde de perder el control sobre la región en conflicto.
El presidente Dmitri Medvedev tuvo que admitir el viernes pasado durante una visita de la canciller alemana, Angela Merkel, que los terroristas cuentan con medios técnicos cada vez mejores.
El presidente de Ingushetia, Yunus Bek Yevkurov, que en junio sobrevivió a un atentado, denuncia sin embargo que detrás de los intentos de desestabilizar el Cáucaso ruso se encuentran fuerzas estadounidenses, británicas e israelíes.
"Estoy muy lejos de creer que detrás están sólo los árabes", advirtió. El objetivo de esta supuesta maniobra occidental, según la versión más difundida en Rusia, es evitar que Moscú vuelva a ser tan poderoso como en tiempos soviéticos.
Los expertos vinculan el aumento de la violencia independentista al reconocimiento ruso de las provincias secesionistas georgianas de Abjazia y Osetia del Sur tras la guerra en agosto de 2008. Los rebeldes islamistas quieren el mismo derecho que esas dos regiones, afirma esta hipótesis.
También la cúpula georgiana profetizó hace un año esta ola de violencia por los mismos motivos.
Sin embargo, Medvedev insistió durante el aniversario de la guerra con Georgia que Rusia reclama para sí el papel de liderazgo en el Cáucaso. Políticos del Kremlin reclaman para ello una "Doctrina del Cáucaso" para ayudar la empobrecida región, donde la tasa de desocupación supera el 50 por ciento.
El complejo tejido de islamistas rebeldes y bandas criminales en la zona sólo puede cortarse con un "programa de desarrollo económico", sostuvo el vicepresidente del Consejo de la Federación, Alexander Troshin.
La revista "The New Times", crítica con el Kremlin, se preguntó qué hace realmente Moscú para atajar la imparable ola de atentados y ataques en el Cáucaso norte. "¿Para qué ganan su dinero los directores del servicio secreto FSB y del Comité Antiterrorista?", cuestionó.
La postura habitual de Moscú, por el contrario, es responsabilizar a las autoridades locales de cualquier derramamiento de sangre en la región. Y así lo hizo hoy Medvedev, que tras el atentado destituyó al ministro del Interior ingushetio. Moscú, Rusia/DPA (Milenio)
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