A medida que la economía ha caído, cada vez más personas no tienen ni el dinero ni el crédito para comprar los alimentos básicos para sobrevivir; al menos 32 millones están recibiendo bonos de comida por parte del gobierno.
Hace un par de meses, el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, habló de los “brotes verdes” de la recuperación económica que estaban apareciendo. Ahora, cuando se aproxima el verano, esos brotes aún parecen muy frágiles. La semana pasada, Chrysler y General Motors anunciaron cierres de concesionarias que, a nivel nacional, probablemente sumarán cerca de 200 mil personas a las filas de los desempleados.
Bernanke podría tener razón sobre los brotes verdes —después de todo, generalmente cuando las recesiones comienzan a retroceder, el desempleo continúa subiendo durante varios meses. Pero ahora, para decenas de millones de estadunidenses, las cosas se ven muy mal económicamente. Su pobreza, y sus historias de necesidad, serán los legados de un modelo económico desregulatorio, basado en una burbuja, por décadas.
En mi libro Breadline USA: The Hidden Scandal of American Hunger and How to Fix It, que sale a la venta en estos días, cuento estas historias. En él, documento la creciente crisis de hambre y de ansiedad por cómo se debe pagar por los alimentos básicos, y cómo están ascendiendo por las filas de los desempleados, los trabajadores pobres y las porciones con empleos poco seguros de la clase media.
En la situación hay una gran paradoja: la abundancia es una de las características definitorias de Estados Unidos, tanto en la realidad como en términos de la imagen que éste presenta ante sí mismo y los demás. Consumimos mucho.
Si hay un estereotipo que rodea a la relación de Estados Unidos con la comida, éste es el de la glotonería, la saciedad, grandes cuerpos consumiendo grandes cantidades de calorías a través de intestinos sobrecargados.
En parte, es cierto. A los estadunidenses les encanta comer y, hoy, el hecho de que Estados Unidos es un país crecientemente obeso ya no es una primicia. Sin embargo, en general esa obesidad tiene más que ver con la pobreza que con la abundancia, con gente pobre que come todo tipo de cosas porque los hot dogs y las frituras y los refrescos llenan y dan energía con un costo bajo.
Sin embargo, en años recientes, ha resurgido una versión más delgada y tradicional de la pobreza relacionada con la comida en Estados Unidos. A medida que la economía ha caído, decenas de millones de personas, literalmente, ya no pueden comprar los alimentos suficientes como para sobrevivir.
El gobierno, en el frío lenguaje de la burocracia, califica a esta parte de la población como de “alimentación insegura” y a un subgrupo particularmente vulnerable de tener “un nivel muy bajo de seguridad de alimentación”.
¿Qué significa esto? Básicamente que dejados a merced del mercado, ahora estarían padeciendo desnutrición e inanición. Literalmente no tienen ni el dinero ni el crédito necesarios para comprar las cantidades básicas de calorías necesarias para sobrevivir. Rutinariamente se saltan comidas a fin de poner los alimentos suficientes en los platos de sus hijos, o eliminan cosas necesarias (en particular proteínas y productos frescos) de sus dietas para ahorrar unos centavos.
Que no estén muertos de hambre se debe a que, en el área de distribución de alimentos (a diferencia de, digamos, la vivienda), la red de seguridad social del país sigue más o menos intacta. Ahora, las cupones de alimentos sirven a una mayor cantidad de estadunidenses que nunca antes. Y el departamento de agricultura subsidia una red de bancos de alimentos de beneficencia en todo el país de cientos de millones de dólares anuales.
Pero, antes de que nos felicitemos demasiado, examinemos lo que esto significa: los estimados más recientes dicen que alrededor de 32 millones de estadunidenses (más de uno de cada 10) están recibiendo cupones de alimentos en el presente. Sólo en Texas hay aproximadamente tres millones de personas que las reciben.
Pero a escala nacional, el programa de cupones de alimentos está dejando afuera a una de cada tres personas que calificaría como pobre para poder entrar a dicho programa (en estados como California la cifra se acerca a una de cada dos).
La gente teme aplicar, le da vergüenza y no puede tomarse el tiempo necesario fuera del trabajo para ir a las oficinas de asistencia durante la semana, o no conocen el programa —un problema que posiblemente empeore a medida que los fondos para los programas estatales de asistencia sean golpeados por la crisis presupuestaria estatal. Eso significa que hay al menos 10 millones de personas que son lo suficientemente pobres como para recibir una asistencia que no obtienen.
Y muchos de aquellos que sí logran el acceso a los cupones de alimentos califican por una cantidad humillantemente mínima de asistencia alimenticia —en muchos casos son sólo 16 dólares al mes— porque todavía tienen algunas entradas. De hecho, el máximo en cupones de alimentos que puede recibir una persona es de alrededor de 50 dólares a la semana, poco más de 2 dólares por comida. Pero al menos para ellos, la red está funcionando.
Para los millones de pobres que no tienen acceso a los cupones de alimentos, o que son consideradas demasiado pudientes como para calificar —las definiciones de la pobreza del gobierno son tan limitadas que muchos individuos extremadamente empobrecidos quedan fuera—, sus opciones son el banco de comida local o los comedores de las iglesias.
Para ellos, 50 dólares de comida a la semana es un lujo impensable. Estas personas viven de alimentos regalados, bolsas de pan caduco y verduras enlatadas viejas, productos lácteos que superaron su fecha límite de venta y fideos ramen.
Pero volvamos a los “brotes verdes” de Ben Bernanke. Después de que la economía estadunidense se repuso de la recesión en 2001-2002, los pobres no vieron ninguna recuperación económica.
Mientras la administración Obama elabora una visión del Estados Unidos post-Gran Recesión es vital que produzca políticas que permitan a los millones que han quedado prácticamente sin nada recuperarse y vivir vidas decentes y dignas que incluya el acceso a alimentos decentes. Washington, EU (Milenio)
viernes, 22 de mayo de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario